Socialismo, liberación sexual y derechos LGBT

* * copiado tal cual del folleto "La lucha por la liberación gay y lesbiana" de Marçal Solé y Paso Gredilla

La opresión de los homosexuales es inseparable del sistema capitalista. Lo es, porque la sexualidad gay amenaza la imagen ideal de la familia, pieza clave del sistema en la reproducción de trabajadores y en la transmisión de la ideología dominante.

En su libro titulado La cuestión homosexual, Jean Nicolas argumenta que: "la norma sexual, como cualquier forma de ideología, no es algo que exista de por sí; se materializa en toda una serie de instituciones sociales que, por su parte, desempeñan otras funciones. La inculcación de la norma sexual se opera sobre todo en el seno de las tres instituciones principales encargadas de la educación de los individuos: la familia, la escuela, la iglesia" . Más adelante, hablando sobre la imposición de la norma, explica que: "En la sociedad capitalista, la sexualidad no es ya únicamente objetivo de un discurso normativo y codificado, sino que, al propio tiempo, es fuente de beneficios a través de su comercialización. La norma sexual tiene, pues, como función canalizar la demanda hacia circuitos comerciales creados a este efecto" .

Las instituciones que sostienen la ideología dominante evolucionan históricamente y se transforman. La familia, por ejemplo, ha sobrevivido a los cambios, generación tras generación, por la sencilla razón de que el capitalismo ha sabido adaptarse y adaptar esta institución a los nuevos tiempos. En los últimos cincuenta años, los cambios se han agudizado. En los años 60, la incorporación masiva de mujeres a la industria y la universidad respondió a la necesidad de tener más mano de obra, más preparada. Pero, a pesar de ello, la discriminación de la mujer no desapareció.

No cambió la situación de la mujer porque aunque la familia sufriera una transformación como resultado de una reestructuración social más general, la raíz y la esencia de lo que supone la vida en familia bajo el capitalismo no cambió.

Marx hablaba de que el sistema capitalista necesitaba transformarse continuamente para poder adaptarse a los cambios que se producen en la economía. Esos cambios afectan a la estructura del sistema, pero dentro de éste, la necesidad de la opresión permanece inmutable. Por eso, para los socialistas la lucha por la liberación gay y lesbiana es inseparable de la lucha contra el capitalismo.

Los avances en los derechos homosexuales han estado siempre ligados a los avances en la lucha de los trabajadores. La opresión sirve al sistema para dividir la lucha y para parcelar la fuerza de la clase trabajadora. La división artificial de homosexuales contra heterosexuales, negros contra blancos y hombres contra mujeres, promueve la desigualdad y la discriminación continuada. No sirven, en absoluto, para construir un mundo mejor.

La lucha y la revolución de la conciencia

El análisis marxista sobre la opresión y su afirmación de la posibilidad de liberación, apuntan a la necesidad de la clase trabajadora. Este hecho no es casualidad. Marx hablaba de la clase trabajadora porque entendía que ésta se encontraba en una situación colectiva y que, por tanto, debía dar una respuesta colectiva a los ataques y opresiones del sistema. Claro está, que esto no es tan automático, pero Marx hablaba también de la importancia de la lucha y la revolución de la conciencia.

Como socialistas, damos apoyo a las luchas de los diferentes grupos oprimidos y defendemos las reformas que llevan mejoras a todos estos colectivos y a la gente en general. Así mismo, luchamos contra los ataques homofóbicos dirigidos contra personas, organizaciones o espacios frecuentados por homosexuales. Apoyamos a cualquier gay o lesbiana, independientemente de su origen social, en la afirmación de su sexualidad. Sin embargo, es necesario desenmascarar los intereses de gays y lesbianas de la clase dominante en defensa del sistema, y sus intentos de desviar la lucha por la liberación hacia el mero consumismo.

Entendemos que sólo la lucha colectiva y valiente puede desafiar la ideología dominante hasta acabar con ella y superarla. Para hacer esto es importante que el máximo de gente se involucre en la lucha y que las reivindicaciones específicas de cada grupo oprimido se unan entre sí para plantar cara al sistema. Cambiando las circunstancias, la gente cambia.

Marx defendía que : "la revolución no sólo es necesaria porque la clase dominante no puede ser derrocada de otro modo, sino también porque únicamente por medio de una revolución logrará la clase que derriba salir del cieno en que se hunde y volverse capaz de fundar la sociedad sobre nuevas bases" .

Durante la lucha, la gente no sólo cuestiona los aspectos económicos del sistema. En la lucha intervienen otros factores. A la lucha económica debemos sumarle la lucha ideológica y el incremento de la conciencia de clase. En su escrito sobre la clase trabajadora y los oprimidos, La liberación de las mujeres , Tony Cliff, lo explica con la cita siguiente: "La concienciación no surge porque la gente se ponga a pensar: ¿Cómo vamos a concienciarnos? La concienciación surge porque la gente siente seguridad en sí misma y se encuentra en forma para pelear. Así es cómo cambia".

En cualquier manifestación, huelga o protesta, la gente que interviene en ella aprende con la práctica cómo funciona el sistema y cómo hacerle frente. También la lección enseña cómo unirse, cómo luchar juntos, y cómo superar las divisiones. Tanto en las luchas más globales como en campañas concretas en contra de una opresión específica, es importante que el máximo de gente se involucre en ella, dejando de lado si esa opresión le afecta directamente o no. Por ejemplo, en una campaña en defensa del aborto, es importante, que aparte de las mujeres, se involucre en ella la gente negra, gays y lesbianas, etc.

Contra la visión de algunos que defienden que la conciencia y la naturaleza humana son inmutables y estáticas, muchos ejemplos en la historia demuestran lo contrario. El más significativo de estos cambios se dio en la revolución rusa de 1917.

En Rusia, antes de 1917, los judíos sufrían una fuerte opresión. A ellos les estaba prohibido vivir en Petrogrado y Moscú, y a menudo se organizaban pogroms (matanzas y robos) para reprimirlos. Después de la revolución, la situación cambió, y no fue por arte de magia que esto ocurrió, sino por el grado de concienciación que se dio a lo largo de la revolución. Buena muestra de ello fue que León Trotski, uno de los líderes de los bolcheviques y judío, fuese elegido presidente del Soviet de Moscú.

Las luchas de hoy muestran la posibilidad de plantear alternativas a este sistema. La agudización de éstas surge de la explotación inherente al capitalismo y, mientras éste exista, siempre habrá gente dispuesta a luchar y a organizarse. En momentos altos de lucha esta minoría deja de serlo, y cuando la lucha deja de ser una cuestión de unos pocos individuos, la posibilidad de un cambio global, de una revolución, recobra fuerza. Durante estos dos últimos años, con las luchas en Indonesia, América Latina y las protestas en Seattle y Washington, hemos tenido buenos ejemplos del potencial y la fuerza de la respuesta.

Evidentemente, esto sólo es el principio. Queda mucho camino por recorrer hasta llegar a una revolución, pero el camino existe. La revolución rusa fue, en parte, la revolución de los oprimidos, explotados y excluidos. La esencia de la revolución de octubre se materializó con el fin de la opresión hacia los judíos, los más explotados.


Una próxima revolución, la revolución de nuestro tiempo, deberá contemplar esta cuestión. En próximas luchas, la cuestión de la liberación gay y lesbiana deberá recobrar su importancia trascendental. La liberación sexual forma parte de una liberación total: la de la humanidad.

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